Blog de la escritora Marilyn Estévez


Soy la que soy y no pretendo ser otra. Cuanto he hecho hasta hoy ha sido siempre con la idea de hacer el bien y ser mejor cada día. Escribo desde que recuerdo, porque las ideas llegan en cualquier momento de la jornada donde me encuentre, lo mismo da una parada de ómnibus, que en espera de la metro; basta un segundo en que esté a solas conmigo misma; las palabras me rodean, me incitan, y ya no puedo hacer otra cosa que coger un papel y dejar que renazcan, fluyan, párrafos e historias que después les cuento en espera que les guste y me hagan llegar sus comentarios de alguna forma. Amo la sinceridad y a los amigos. Amo a quien es generoso y a quien no maltrata a los animales.
He creado este nuevo blog con la idea de no alejarme nunca más, mientras Dios lo quiera. Aquí contaré mis vivencias, secretos, mis sueños y de lo que escribo.
A todos espero les guste.


Miles de saludos desde un pedacito de mi mundo.

miércoles, 4 de abril de 2012

Carta de amor y desamor





He amado a un hombre





Querido Pierre,



Acabo de recibir tu carta.

Me apresuro a responderte desde el interior de esta habitación cuyas ventanas humedecidas por la bruma de la madrugada apenas me permiten contemplar la ciudad de Venecia.



Debo darte las gracias por contestarme con rapidez y total franqueza planteándome tus puntos de vista a la situación que te describí en mi última misiva. De verdad, te lo agradezco mucho. Habíamos acordado que seríamos sinceros el uno con el otro y veo que has mantenido tu promesa como yo cuando te confesé lo sucedido en los últimos dos meses. Perdona otra vez si te obligué a saber todo por este medio. Ahora te revelo que todavía mantengo una rara y oscura perturbación de angustia al saberme incapacitada para enfrentar la expresión que sé se asomó en tus ojos al leer lo que escribí.



Sé que esperabas otra cosa de mí, Pierre, pero debes creerme si te digo que ahora sólo deseo pensar en nosotros y no añoro otra cosa que hablarte de ti y de mí, de nadie más. Deseabas que se arreglara todo precisamente aquella tarde de noviembre (cuatro meses atrás) en que tomaste el avión desde París para venir a verme. Has retardado la cita con el editor de tu libro recientemente divulgado y quién sabe cuántas otras cosas que no me dijiste para no incomodarme, conociéndome como me conoces. He leído el libro no sé cuántas veces, y por tantas que vuelvo a adentrarme en la complejidad de sus páginas me siento estúpida al reconocer en ellas nuestras vivencias.



Pág 72, párrafo segundo: Ella sabe que no hago otra cosa que pensar en el momento en que el dinero sea suficiente para vivir juntos. Ahora comprendo, yo llevaba prioridad por encima del resto que representa tu mundo forjado con gotas de  fe que tanto me hace falta.



Sigue lloviendo sobre los descoloridos tejados de las viejas casas de Venecia y vuelvo a pensar en aquella tarde en que también llovía. Escuchábamos la melodía de un violín y mostraste tu forma más amable que envidio porque sé que aquel mendigo aún te recuerda, algo que tampoco olvido: tu esbelta figura envuelta en el sobretodo negro, tus zapatos con las puntas mojadas y tu sonrisa de eterno chiquillo ordenado.  Titiritábamos de frío cuando entramos en el viejo bar donde pediste una taza de chocolate mientras yo sólo pensaba en fumarme un cigarro. Por eso te dije que necesitaba ausentarme unos segundos, por eso te dejé durante tantos minutos sin importarme otra cosa que aquel maldito cigarro y al volver a tu lado noté miradas femeninas que se fijaban en ti, sólo en ti. En cambio, tú curioseabas en las páginas del viejo periódico, en el artículo de las amplias atenciones para los estudiantes en la Universidad de arquitectura. Me lo comentaste, yo nada respondí al respecto.



Te dije que deseaba un punch arancio  bien caliente. Sí, querido, es una de las cosas que he aprendido a apreciar en esta melancólica ciudad, además de las tertulias de los estudiantes en los cafés y el diferenciar el estilo Barroco del Renacimiento, Bizantino, o Gótico. Y mientras me mirabas como quien deseaba ignorar la sorpresa que mi pedido te ha provocado, sonreíste regalándome la posibilidad de contemplar el hoyito que se forma en tu mejilla izquierda las veces que sonríes. Cuántas veces he pensado en ello, mientras atravieso los estrechos canales con la mirada perdida en los taciturnos palacios, entre el qué hacer de los venecianos, el flash de las cámaras fotográficas y el arrullo de las palomas en las plazas.

Sabes, ya no deseo convencerte de que volveré a ser la misma chiquilla que conociste aquel 24 de febrero. Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? Siete años, dos meses, varios días. Los amigos lo comentaron dándonos palmaditas en los hombros como si fuéramos el prototipo del amor ideal. -Sin la clásica firma sobre un papel y sin embargo, siete años. Pero tú y yo sabemos que el hechizo se ha roto, y todo por mi causa, por éste tenerte y no tenerte, mi inseguridad ante el sacrificio y la poca confianza que he puesto hacia el futuro aún cuando aquella tarde me juraste que nada cambiaría lo que sentías por mí. No sabías que no te creía. Pensaba que era hora de terminar con todo esto. Creo que fue esa misma tarde, mientras te despedía en la sala del aeropuerto que decidí devolverte el sacrificio.



Por todo ello tienes razón cuando dices que he perdido tu confianza, cuando me aclaras que he dejado un dolor muy grande y aseguras que el tiempo no logrará cancelar las heridas. Lo sé, pero al menos por una vez más, te lo ruego, no eches por tierra los momentos que hemos pasado juntos. Salida: 21:30. Llegada: 22:45. Todo está bien claro en el billete que te envío junto a esta carta. No lo ignores, y ven a verme. Te prometo que lo arreglaremos todo, aun si prefieres a partir ese estúpido momento que te he explicado.

Pocas horas las que nos separan. No necesitas equipaje, sólo traerte a ti mismo. Me es suficiente. Me basta.

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